Una taza de vida: el café que le devolvió el rumbo a Oscar Liévano

 

Dicen que la vida se bebe a sorbos… y Oscar Liévano sabe que, en su caso, cada taza de café es también un sorbo de esperanza. Hace poco, un infarto lo obligó a poner en pausa todo: sus planes, su rutina y hasta su confianza. Pero en medio de ese silencio, una voz lo despertó.

—Mijo, usted no está haciendo nada. Vaya al SENA —le dijo su mamá una mañana, con la sabiduría directa que solo una madre tiene.

Ese consejo, tan sencillo como certero, fue el inicio de una nueva historia. Oscar llegó al SENA sin imaginar que allí no solo se forman profesionales, sino que también se reconstruyen vidas. Y entre máquinas de espresso, aromas intensos y charlas de pasillo, descubrió que el café no era solo una bebida: era su terapia, su nuevo propósito.

“El SENA me transformó. Me convertí en una excelente taza de café”, dice sonriendo, usando una metáfora que solo entienden quienes han aprendido a levantarse después de caer.

Las clases lo retaban, su cuerpo aún sanaba, pero el apoyo de sus compañeros e instructores lo mantuvo firme. “Me sorprendió gratamente ver que se preocuparon por mí durante mi recuperación. Sentí que había dejado huella”, recuerda con emoción.

Hoy, tras superar una nueva pausa médica, Oscar volvió al SENA. El recibimiento fue tan cálido como el café que ahora prepara con maestría. Lo abrazaron, lo celebraron y le recordaron que aquí es más que un aprendiz: es prueba viva de que, con apoyo y pasión, siempre se puede empezar de nuevo.